martes, 2 de mayo de 2017

Un fiel admirador

Esa noche, hacia años que me espantaba esas avecillas voladoras y buscadoras de un buen trago de mi sangre, de los confines de los tobillos, la experiencia, había logrado que, de solo atreverse a sobrevolar mis oídos, caían presa de un golpe a mano abierta contra la tortuosa superficie de mi oreja.

Había estado entre este repetido hecho, el despertar de un sueño vacío y común, para ver en la impía oscuridad, encenderse un pequeño brillo, y crecer, como lo hace el sol en un amanecer sin estrellas, hasta convertirse en la más resplandeciente brasa de cigarrillo, nacida de la pitada más extensa y profunda, y ante mi atónita mirada, que intentaba inútilmente enfocar, porque sabía que ahí no había nadie, descubrí con el tiempo necesario, que era el led de mi pantalla lcd.


Esa noche, como muchas anteriores, no pude orientar correctamente la única tela que me separaba del helado aire en mi habitación, mientras ignoraba que hora marcaba el reloj y también que momento de ese cruel lunes o domingo por la madrugada era, asombrado rememoraba la ilusión que había tenido, cuando una epifanía, dejo sobre tablas, la tarde que había vivido ese lunes con sabor a domingo.


 Había estado toda la tarde  naufragando en la muerte y los moribundos, estuve recordando las estadías en los infiernos, hacia días la duda me carcomía y la decisión no afloraba. Recordé que esa misma tarde, había visitado el infierno y que antes de dormir,melancólicamente y fuera de mis cabales, con un café, volví al mundo real.


Hace tiempo no creo en las deidades, pero estoy seguro de conocer el diablo. Me he despertado muchas veces a cualquier hora, y ahí estaba... la pequeña lucecita. Y estoy seguro, que en algún lugar o en algún tiempo, entre yo y el anaranjado led de mi pantalla, estaba él, sentado compadrón, con una pierna sobre la otra, en plena oscuridad, mirándome dormir y fumando ese cigarro.

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