Julieta se levantó esa mañana como cualquier otra, aunque
al ver su celular, recordó una conversación sin terminar de la noche anterior. Sin
poder disimular la sonrisa, desayunó rápido su café con leche con tostadas, se
cambió la ropa y bajó en el ascensor. Trataba de evitar su reflejo, le daba
pena la expresión boluda que tenía, no podía borrar la sonrisa, estaba muy
contenta. Se dirigió a la parada de colectivos, aún era temprano en la ciudad y
no se veía mucha gente. Esto le encantaba a Julieta porque evitaba el caos, que
se generaría en no más de media hora. Pasó al lado de un conserje que barría la
vereda y acarició a un perrito justo antes de llegar a la parada, dónde se
encontraba un chico.
Romeo muy aturdido, no comprendía del todo a quien tenía
al frente, que también lo miraba tocándose el pelo, que también tenía unas
ojeras terribles. Era una cara que veía todos los días, pero le parecía
desconocida, como todos los días. Al salir del baño, en la mesa vió el celular
y recordó la conversación de la noche anterior. A duras penas se vistió y fue a
tomar el colectivo. Estaba solo en la parada, a esa hora no había mucha gente,
y le pareció lo mejor, porque disimular la lágrima que se le escapó era una
tarea de la que ya no se podía encargar.
Al llegar a la universidad fue derecho a la biblioteca.
Una vez ahí, buscó el rincón más escondido para estudiar. Se sentó en una mesa
solitaria, que daba a una ventana por la que se veía un arbusto mediano, con unas
flores blancas y detrás de este, a lo lejos, un camino por donde circulaban
estudiantes, profesores y demás personas, que iban y venían, con auriculares y distraídos
con el cielo y las nubes, mirando su celular, en grupo y riendo, como los
pajaritos, que hacían piruetas y paraban a descansar en los cables. Puso sus
brazos cruzados arriba de la mesa y dejó caer sobre ellos su cabeza, no abrió
la mochila.
Al atender a su tercer cliente, decidió salir un
ratito a la vereda, para sentir el aire de la mañana antes de que el mediodía
se lo lleve. Era una mañana primaveral y al frente de la librería había unos
canteros con flores y unos bancos alrededor, donde se sentaban personas adultas
a contemplar las flores, la vereda, la calle y los edificios. Estas personas se
veían con frecuencia y Julieta entablaba conversaciones con algunas.
-Qué lindo día, como te llamas nena?.
Mientras subía las escaleras recordó una tarde en la
pileta de natación de un club, tendría quince años. Se recordó subiendo las
escaleras hacia el trampolín más alto. Llegó a su departamento y al abrir la
puerta, sintió una corriente de aire en la cara, provenía del frente, la puerta
del balcón estaba abierta. Se acercó y salió por ella. Se asomó hacía abajo y
le dio vértigo, igual que el último trampolín. Entró al departamento y fue a
cerrar la puerta de la entrada. Un viento fuerte le revolvió el pelo, tenía la
escalera al frente, pero desde abajo, al borde de la pileta, un chico de pelo
negro lo animaba, un amigo. Gallardo, llenó su pecho de aire y al dar la media
vuelta, aceleró. Cada paso estaba más cerca, cada paso duraba menos. La brisa
en los ojos, el reflejo en los ojos, la brisa en su piel y el reflejo… En el
punto de no retorno pensó que podía volar, se imaginó los vítores al salir, se
imaginó la gloria, se imaginó a su amigo. Ansioso cayó en picada hacia el agua,
el agua fresca, que lava el cuerpo, que cura las heridas, que diluye el sopor.
A la tardecita esperaba el
colectivo para volver a su casa. Mientras sacó su celular y leyó sin
interés las noticias. La foto de un chico llamó su atención, seguro lo había
visto alguna vez. En la noticia una breve historia, una carta de disculpas a su
familia, un poema de amor a nadie. Nada más.
Julieta sintió una gran conmoción, un poco por
empatía, un poco por tristeza. Escribió el mensaje:
-Que drama pelotudo Romeo y Julieta, no poder elegir a
quien querer… es pelotudo hasta para el siglo XVI.
-Eu, estás bien?
-Si, después te cuento, hoy dormimos juntas?
-Obvio.
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