miércoles, 5 de julio de 2017

Perderse

Una noche, me encontraba perdido, como la mayoría de mis noches. Decidí salir a caminar por la ciudad, a naufragar, sin querer que alguien me rescate, o llegar a alguna isla. De camino al centro, alejándome de la ribera, me cruce a un hombre, de unos 60 años, zapatillas desechas, bocamangas deshilachadas, campera sucia, barba y pelo, largos, canos, como si hiciera años que caminaba. Al acercarse, cruzamos miradas, y tuve la sensación de conocerlo desde siempre, el sonrió y me pidió plata. Después de dársela, continué, hasta la esquina, donde pegué la vuelta y comencé a seguirlo. Pidió plata a cinco o seis personas más, y todos lo trataron como si fueran amigos, de toda la vida. Entró en un bar, de esos de mala muerte, parecido a los clubes pueblerinos, yo también entré. Se sentó y pidió un vaso de vino. Entre trago y trago, se dormía, y despertaba, sosegado. Terminó el vaso de vino y se fue. Continué con mis asuntos, o más bien con sus asuntos, caminaba por la ciudad como si fuera parte de ella, su ritmo era como el del río que fluye a través de las piedras, la ciudad, era su cause. Su dirección era la oscuridad, cada bifurcación, fue hacia la opción con mas sombras, o con menos, porque rechazaba la luz. En una esquina, paró a fumar un cigarro y yo hice lo propio, miraba su ciudad, melancólica, hundida en la penumbra y la neblina, retomó el cause, en el momento justo, como si las paredes a su espalda se lo hubieran susurrado. Los edificios se convirtieron en casas, y algunas casas en baldíos. En otra esquina, dobló, y cuando yo llegué, desapareció, se fundió con las sombras. Como ya no veía nada, y era lógico haberlo perdido, le reste importancia al asunto. Me di vuelta, para encontrar solo oscuridad, ni un alma, ni una vida, ni la mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario