Una noche, me encontraba perdido, como la mayoría de mis
noches. Decidí salir a caminar por la ciudad, a naufragar, sin querer que
alguien me rescate, o llegar a alguna isla. De camino al centro, alejándome de
la ribera, me cruce a un hombre, de unos 60 años, zapatillas desechas,
bocamangas deshilachadas, campera sucia, barba y pelo, largos, canos, como si
hiciera años que caminaba. Al acercarse, cruzamos miradas, y tuve la sensación
de conocerlo desde siempre, el sonrió y me pidió plata. Después de dársela, continué,
hasta la esquina, donde pegué la vuelta y comencé a seguirlo. Pidió plata a
cinco o seis personas más, y todos lo trataron como si fueran amigos, de toda
la vida. Entró en un bar, de esos de mala muerte, parecido a los clubes
pueblerinos, yo también entré. Se sentó y pidió un vaso de vino. Entre trago y
trago, se dormía, y despertaba, sosegado. Terminó el vaso de vino y se fue.
Continué con mis asuntos, o más bien con sus asuntos, caminaba por la ciudad
como si fuera parte de ella, su ritmo era como el del río que fluye a través de
las piedras, la ciudad, era su cause. Su dirección era la oscuridad, cada
bifurcación, fue hacia la opción con mas sombras, o con menos, porque rechazaba
la luz. En una esquina, paró a fumar un cigarro y yo hice lo propio, miraba su
ciudad, melancólica, hundida en la penumbra y la neblina, retomó el cause, en
el momento justo, como si las paredes a su espalda se lo hubieran susurrado.
Los edificios se convirtieron en casas, y algunas casas en baldíos. En otra
esquina, dobló, y cuando yo llegué, desapareció, se fundió con las sombras.
Como ya no veía nada, y era lógico haberlo perdido, le reste importancia al
asunto. Me di vuelta, para encontrar solo oscuridad, ni un alma, ni una vida,
ni la mía.
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