sábado, 17 de febrero de 2018

Recuerdo de una muerte


Tal vez, solo tal vez, eran ilusiones, pero, ¿cómo me podía resistir?, sabía a dónde íbamos, mucho más de interesante no podía haber al final del camino, el mal agüero me erizaba los pelos de la nuca, pero, ¿cómo hacía para parar?, a ella no la conocía, pero siempre había estado conmigo, maldita costumbre de no decir que no, y me gustaba lo suficiente para entrar en la mansión maltrecha, para caminar senderos estrechos coronados por cardos secos, por el sol eterno, dador de luz y aplastante tirano, atravesar maderas podridas y olvidadas que cruzaban el camino como los cuervos, acentuando el mal augurio, pero, ¿como no iba a seguir?, a él no lo conocía, pero siempre había estado conmigo, lo añoraba como un hermano. La  hendidura en la pared nos dio la dirección que había que seguir, y mientras él, exacerbado, saltando y riendo sin razón, entraba a la casa y salía por ultima vez de mi vida, yo zafándo de un alambre enredado, desesperado me di cuenta a que iba. Corrí ya liberado para ver a través del corte de la pared a ella, que ya había entrado, pero estaba distinta, refulgente, blanca y en una paz total, inquebrantable me miró y caminó hacia algún lado, desgarré mi ropa para entrar y encontrarme encerrado en un lugar oscuro, húmedo y lleno de excremento, de hedor a muerte, solo, embarrado, cansado y confundido, porque tal vez, solo tal vez eran ilusiones. El piso se movió violento, la poca luz se fue y los gritos fueron el réquiem que acompañaron la caída de un telón pesado, negro e inevitable.



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